A lo largo de nuestro ciclo vital, debemos enfrentarnos a una serie de acontecimientos inevitables en los que nuestra capacidad de adaptación siempre se pone a prueba. La psicología y otras ciencias tienen más que estudiados cambios a los que nos enfrentamos como la adolescencia o la jubilación, pero hay otras muchas situaciones a las que debemos enfrentarnos, sobre todo si somos padres.
Los hijos son sin duda una gran alegría, pero también una fuente de preocupaciones. Cualquier padre o madre que se precie ocupa gran parte de los pensamientos de su día con sus hijos e hijas: qué están haciendo, dónde tienen que ir, qué necesitan de mi en este momento, a qué hora van a llegar hoy… Y no solo ocupan sus pensamientos ya que también, como padres, acaban enfocando su día a día a hacer cosas por sus hijos.
A igual que cada etapa de nuestra vida trae unos cambios y situaciones, cada una de las edades por las que pasa un hijo, trae una serie de preocupaciones y ocupaciones. Pero llega un momento en que los pequeños de la casa dejan de ser tan pequeños y echan a volar del nido. Es entonces cuando la mayoría de las ocupaciones que los padres dirigían hacia ese hijo, desaparecen…y en su lugar aparece lo que en psicología se conoce como el Síndrome del Nido Vacío.
El síndrome de nido vacío es un término que se utiliza para referirnos a una serie de sentimientos de soledad que los padres experimentan cuando uno o varios hijos se marchan de casa de forma definitiva. Este sentimiento de soledad puede manifestarse de múltiples maneras como tristeza, vacío o ansiedad, pero también puede expresarse en forma de ira o irritabilidad.
Además de estos síntomas emocionales, los padres pueden sentir un gran aburrimiento y experimentar la sensación de no tener nada que hacer, llegando incluso a sentir que se ha perdido el sentido de la propia vida. Asimismo, pueden aparecer quejas somáticas y síntomas físicos (dolores de cabeza, molestias gastrointestinales) y problemas en la alimentación, la actividad o el sueño.
Este síndrome es más común encontrarlo en mujeres, debido a que son las madres las que socialmente se sienten o se ven obligadas a cuidar y atender a los hijos, por lo que cuando éstos abandonan el hogar, es para ellas para las que más cambia el día a día. Sin embargo, los roles de género poco a poco van cambiando, por lo que esta diferencia entre padres y madres es cada vez menor.
A pesar de ser un síndrome muy nombrado y conocido por la «psicología popular», lo cierto es que éste no aparece como trastorno en ningún manual de clasificación diagnóstica, por lo que no vamos a encontrar unos criterios concretos que definan el síndrome, ni vamos a encontrar a ninguna persona a la que se lo hayan diagnosticado realmente.
Para prevenir este síndrome en los padres, se recomienda que estos siempre mantengan sus actividades e intereses a pesar de tener que cuidar de los hijos. Deben dedicarse también tiempo como pareja y no convertirse solo en «padre» y «madre» cuando están los hijos, para poder mantener el rol de pareja cuando estos se marchan de casa.
En casos extremos, existe la posibilidad de que los hijos se vayan de casa de forma progresiva o incluso se puede acudir a un psicoterapeuta que ayude a la madre y al padre a aceptar la independencia y autonomía de sus hijos, redefiniendo cómo será a partir de entonces ese rol de padre o madre (que tus hijos se vayan de casa no implica que te vayas a olvidar de ellos o a dejar de preocuparte).
El momento de la marcha de los hijos es una gran oportunidad para disfrutar más plenamente de la relación de pareja y una muy buena forma de afrontar ese nido vacío.
Lo más importante a la hora de enfrentarnos al síndrome del nido vacío, es vivir este momento como algo normal, como una alegría para los hijos y una oportunidad para renovar nuestro plan de vida. Al fin y al cabo, todo lo que haces como madre o padre, lo haces para que tus pequeños logren echar a volar.
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